Dríope mutata in albero. Julien de Parme 1780
Su historia, como muchas otras, muestra la tajante oposición de los griegos hacia el acto de destruir o dañar un árbol. Recuerda, en cualquier arbusto o planta puede estar una diosa escondida.
Dríope. del griego drys, dryos, encina (árbol). Es una de las especies forestales más comunes del Mediterráneo.
Su historia, como muchas otras, muestra la tajante oposición de los griegos hacia el acto de destruir o dañar un árbol. Recuerda, en cualquier arbusto o planta puede estar una diosa escondida.
Dríope. del griego drys, dryos, encina (árbol). Es una de las especies forestales más comunes del Mediterráneo.
Dríope e Iole eran hermanas. La primera
era esposa de Andramón y ambos se amaban y eran felices tras el nacimiento de Anfiso,
su primer hijo. Un día las dos hermanas paseaban junto a un río cuyas orillas
cubiertas de mirtos descendían suavemente hasta el borde del agua. Tenían la
intención de coger flores con las que ensartar guirnaldas para el altar de las
ninfas. Dríope llevaba a su hijo en brazos y le amamantaba mientras caminaba.
Junto al agua crecía una planta de loto llena de flores purpúreas. Dríope cogió
algunas y se las dio al niño; Iole iba a hacer lo mismo cuando vio cómo manaba
sangre del tallo allí donde habían sido arrancadas las flores. La planta no era
otra que la ninfa Lotis quien, huyendo de un odioso perseguidor, había asumido
esta forma vegetal para esconderse. Esto lo supieron ellas por la gente del
pueblo cuando ya era demasiado tarde.
Dríope, horrorizada por lo que había hecho,
quiso huir del lugar pero notó que sus pies se enraizaron al suelo. Trató de
arrancarse de allí, pero no pudo mover más que las extremidades superiores. La
madera iba subiendo por sus piernas y gradualmente invadía todo su cuerpo.
Angustiada, hizo ademán de tirarse del pelo pero vio con horror que las manos
se le habían llenado de hojas. El niño lloró al notar que el pecho de su madre
se endurecía y que la leche cesaba de fluir. Iole se dio cuenta del triste
destino de su hermana sin poder hacer nada por ayudarla y se abrazaba al
creciente tronco como si pudiera detener con ello el avance de la madera o
conseguir que, al menos, la corteza envolviera a las dos. En ese momento
llegaron el esposo y Driops, el padre de Dríope, preguntando por ella; Iole tan
sólo señaló el recién formado encino (Quercus ilex). Ellos se abrazaron al tronco del árbol, que
aún conservaba el calor de la carne, y cubrieron de besos sus hojas.
Ya no quedaba de Dríope más que su rostro.
Sus lágrimas aun caían mojando sus hojas, y, mientras pudo siguió hablando: «No
soy culpable –decía-. No merezco ser tratada así. No he ofendido a nadie. Si
hablo con falsía, que mi follaje muera de sed y mi tronco sea cortado y quemado.
Tomad al niño y dadlo a una nodriza y decidle que lo traiga a menudo y lo amamante
bajo mis ramas, dejadle jugar a mi sombra, y cuando tenga edad de hablar,
enseñadle a llamarme madre y a decir con tristeza: "Bajo esa corteza yace
oculta mi madre." Rogadle que tenga cuidado con las orillas del río y con
las flores que arranque; recordadle que cada arbusto puede ser una diosa
disfrazada. Adiós, esposo amado, y hermana, y padre. Si aún me amáis, no
permitáis que el hacha me hiera ni que los rebaños muerdan y desgajen mis
ramas. Ya no puedo moverme, pero subid vosotros hasta aquí y besadme ahora que
aún siento los labios. Acercadme a mi hijo para que lo bese. No puedo hablar
más, la corteza avanza sobre mi garganta, pronto me habrá cubierto del todo. No
es necesario que me cerréis los ojos, la corteza se encargará de cerrármelos.»
Los
labios dejaron de moverse y su vida se extinguió. Pero, durante algún tiempo
las ramas conservaron el calor de su cuerpo.
Árbol y bellotas del encino
Árbol y bellotas del encino
Fuente: Mitología de
Thomas Bulfinch (1796-1867). Tomo I. Editorial Nueva España S. A. 25 de marzo
de 1948, México, D. F.
Diccionario Completo de la Lengua Española. Manuel Rodríguez Navas (1848-1922). Editor Saturnino Callejas. Madrid, 1906.
Internet.
Diccionario Completo de la Lengua Española. Manuel Rodríguez Navas (1848-1922). Editor Saturnino Callejas. Madrid, 1906.
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