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viernes, 30 de septiembre de 2016

LA BRUJA Antonio Fco. Rguez. A.

“LA BRUJA”
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado

 Imagen de Internet

Anoche, como es habitual, me estaba quedando dormido leyendo. Recuerdo que los bostezos me jalaban hacia la recámara.  Me resistía por estar atrapado en una apasionante lectura. Así que, para hacer sinergia a mi pasión me levanté del asiento y me serví una taza de negro y caliente café. No me sirvió por mucho mi estrategia. Opté por hacerle caso a mis bostezos. Me acosté boca arriba sin dejar de leer. En dos o tres ocasiones, me venció nuevamente el sueño, cayendo y golpeándome el libro sobre la cara. Algo que yo disfrutaba. Claudiqué a mi lectura y me acomodé para dormir.
     

     Unos toquidos ininterrumpidos a la puerta hicieron levantarme para averiguar quién tocaba a esas horas de la noche. Antes de abrir pregunté quién era y nadie me contestó. Intrigado abrí la puerta y en efecto, nadie había. Excepción de un maloliente aroma humano. Es mí cansancio de tantas noches sin dormir bien –pensé.
     

     Me acosté nuevamente a dormir. Pero ya no pude conciliar bien el sueño, escuchaba ruidos fuera de casa. Y mis narinas se habían impregnado del miasma de la entrada. Trataba de no darles importancia alguna. Me venció nuevamente el cansancio y  me quedé dormido, pero creo que no fue por mucho tiempo. Entre sueños escuché el estrépito y el caer de cristales junto a mi cama. Sentí que una férrea mano me jalaba de un brazo. En ese momento supe que no estaba soñando, que no era presa de una terrible pesadilla. Abrí los ojos y me espanté de ver una cabeza con greñuda cabellera y la horrenda faz de una mujer cuyos ojos azabaches tenían destellos vesánicos. Realmente estaba  empanicado, bloqueado de terror. Para entonces, ella ya había sacado parte de mí brazo por la ventana y lo mordía queriendo comérselo. El dolor me hizo retorcer todo el cuerpo. En eso reparé en el gran crucifijo metálico que estaba sobre la cabecera de mi cama, y con un sobreesfuerzo lo agarré y con él empecé a golpear la mano que me sujetaba.
     

     Escuché sus quejidos que más bien sonaban como monstruosas carcajadas, soltó mi brazo y arremetió queriendo romper la ventana que nos separaba. Cerré con mucha dificultad las dos hojas de la misma, y rezando me atreví a recargar el crucifijo en ellas pensando en que fuera una bruja u otro ser endemoniado.
     

     Realmente sentí que estaba llegando al límite de mis fuerzas, aumentando mi preocupación y mis miedos. Cerraba mis ojos pensando que al volverlos abrir despertaría de esta cruenta pesadilla.

     

     A lo lejos, se oía el ulular de la sirena de una ambulancia, la cual se acercaba a gran velocidad. Escuché que frenó con rudeza del otro lado de mi ventana, oyéndose distintas voces, gritos, fuertes pisadas corriendo. Alguien gritó – ¡la tengo! y al unísono sonaron las monstruosas carcajadas.




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