MARINA CUÉLLAR MARTÍNEZ
En
el Tajín –por los arroyos secos, que pasan en medio de la gran ciudad totonaca,
por la rivera del río Tlahuanapa, que corre sigiloso por las cercanías de
Papantla, o por el Caracatloco, que corre detrás de las pirámides de Tajín, al
lado de un viejo camino de herradura que va directo a Papantla- una mujer
transparente deambula al filo de la media noche llorando por sus hijos; se
queja ¡Jae kin kamán! ¡¿ni ku tawalana
kin kamán?! (¡Ay mis hijos!, ¡¿dónde están?!).
Siempre busca a sus hijos que se le
perdieron mientras jugaban en el río atrapando acamayas con una fizga. Al perderlos
enloqueció y se murió de tristeza.
De tan triste que estaba no pudo encontrar
el camino por donde se van los muertos y se perdió buscando a sus niños
perdidos. De tanto caminar, se le acabó el cuerpo y su traje blanco se quedó relleno
de aire; por eso se mete entre las corrientes del viento que corre junto a los
ríos para poder desplazarse como si se deslizara sobre las olas del mar.
De lejos, pareciera que flota como una
pluma blanca al lado de la corriente de los ríos. Apenas le quedó su largo
cabello –que nunca dejó de crecerle- y el recuerdo de su rostro indígena,
hermoso y moreno, que el viento nunca pudo olvidar. Por eso –con la ayuda de
las sombras de la noche- el aire lo reconstruye para que la naturaleza disfrute
de su belleza triste.
Cuando los totonacas pasan –a media noche-
por los caminos oscuros que van al lado de los ríos y los arroyos, la Llorona se aparece y
repite: ¡Jae kin kamán! ¡¿ni ku tawalana
kin kamán?! Se desliza hacia los caminantes creyendo que son los hijos que
tanto busca. Por eso, al distinguirla entre las sombras, los viajeros rápidamente
se quitan la blusa o la camisa y se la ponen al revés, hacen una cruz con sus
dedos sobre el pecho y caminan con la cabeza agachada y los ojos cerrados para
no ver su rostro, o se acercan a las encrucijadas de los caminos para que ella
se pierda de nuevo y no se los lleve o los ahogue con el aire enrarecido que
lleva en su aliento.
Dicen que nadie puede verle el rostro sin
que su vida se extinga sin remedio. Sin embargo, hay quienes han obedecido al
llamado de la Llorona
y han podido mirar de frente su hermoso rostro indígena y las pesadas lágrimas
que sus ojos derraman.
Los que la han visto, aseguran que sólo
los hombres que se conmuevan con su dolor podrán sobrevivir al embrujo de su
mirada triste, a través de la oscura transparencia de su quexquen, envejecido
por el viento y la sal de sus lágrimas infinitas.
Si alguien anda a media noche por la Plaza del Arroyo –o el
camino que va junto al Tlahuanapa- y escucha una voz totonaca antigua y hueca
como una cueva, un lamento de viento y dolor, es necesario voltearse las ropas
al revés, acercarse rápido a una encrucijada del camino o prepararse para
conocer el rostro totonaca más hermoso y triste que jamás haya existido en toda
la historia de El Tajín.
Marina
Cuéllar Martínez. Cuando los muertos regresan a Tajín. Relatos de tradición
oral en el Tajín. Primera edición 1999. Papantla, Veracruz, México.
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