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miércoles, 16 de julio de 2014

EL SACERDOTE DE LAS LIMAS ROBERTO WILLIAMS GARCÍA

EL SACERDOTE DE LAS LIMAS
ROBERTO WILLIAMS GARCÍA

En la ladera de un montículo, una pareja de niños partía coyoles sobre una piedra redondeada, cuya forma les animó a sacarla, deteniendo su tarea la sorpresa de creer que topaban con la cabeza de un difunto petrificado. El suceso tuvo lugar en el atardecer del 16 de julio de 1965.
     El padre de los niños, ayudado por otros vecinos, terminó la tarea del descubrimiento ocurrido a unos cien metros de su jacal. El padre de los niños, de habla chinanteca y castellana, sintió que se enfrentaba a una luz brotada de la tierra, a la floración de una deidad milenaria todavía poderosa o más que las actuales.
     Llevó la escultura a su choza, poniéndola sobre un rústico asiento, llamado taburete, cubierto por una sábana blanca. Colocó la pieza arqueológica de espalda al modesto altar, sencilla repisa adosada a la pared de varas. La situación de la escultura reflejaba el tratamiento especial que se le brindaba, aunándose al respeto su responsabilidad de convertirse en propietario transitorio de algo que aún no definía. No faltó quien, movido por cierto impulso, depositó la primera blanca azucena. En ese momento se generó el culto a la aparición habida en el recinto de un caserío accesible únicamente por el camino del Río Jaltepec.
     La voz brincó la ribera opuesta narrando un milagro y los cayucos, largos troncos ahuecados, atravesaron la bronca corriente, en visitas esporádicas. La gente de habla castellana de Cuapiloloyita concurría a Las Limas. Concibió como virgen a la representación varonil de un personaje sentado sobre sus piernas cruzadas, sosteniendo amoroso a un niño tigre entre sus brazos. El periódico regional lo llamó La Matrona de Las Limas.
     Llegamos a la ranchería el domingo 25 de julio, a los nueve días del culto. El espectáculo que observé con Alberto Beltrán, Julieta T. de Beltrán y Ángel Leodegario Gutiérrez sobrepasó lo que cada uno de nosotros hubiese imaginado. Ennichada por un cortinaje de bandas de papel, de tonos diversos, y sentada sobre un estrado forrado de papel blanco, estaba una verde escultura, cubierta con capa azul anudada en el pecho y con una corona de flores de papel color magenta.

     El marco del altar lo formaban dos palos verticales, forrados de hojas, y el arco de una vena de palma torcida. Flores ensartadas en el marco despedían fragancias, sin que oliéramos la de copal, aunque éste se había quemado antes, porque aún yacía en el suelo, bajo el altar, un plato de peltre con restos de carbón quemado. El rostro de la escultura recibía los tenues resplandores de las veladoras puestas a sus pies. La gente de las cercanías había manifestado su fe, habiendo sido dos niños de Cuapiloloyita, de apellido japonés, los que habían donado la capa azul y la corona.
     Primera vez que yo miraba una escultura prehispánica sujeta a un culto mantenido por gente de habla indígena y por gente de habla exclusivamente castellana. Antes, en La Huasteca, había observado, en los rústicos altares de los adivinos, pequeñas piezas arqueológicas que llaman antiguas, de uso ceremonial relativo. En la misma región, cuando el licenciado Jorge Williams fue comisionado a Castillo de Teayo para transportar a Xalapa la Piedra del Maíz, la encontró con ofrenda de monedas y huellas de cera, expresiones de un culto tímido. También en esta región norte del Estado de Veracruz, el arqueólogo Alfonso Medellín Zenil fotografió, en una ranchería de Ixhuatlán de Madero, una escultura arropada, puesta de pie sobre una mesa de una choza para ceremonias. Respetó la posesión espiritual de la escultura. Después fue robada sin que se sepa, hasta la fecha, su paradero.
     Pero nunca imaginé que en el extremo sur del Estado de Veracruz fuésemos a encontrar un fragante altar con despliegue de colores y luces inquietas de veladoras. Artístico altar donde una fe resucitada había devuelto a la escultura su hierática categoría. Altar ante el cual se balanceaba, momentáneamente, nuestra emoción estética y el respeto a los mantenedores de un culto ingenuo e improvisado. Palpamos delicadamente la escultura y el propietario de la misma la manipuló libremente, quitándole la capa para que la observáramos bien. Y Alberto dibujó magistralmente a La Matrona de Las Limas.
     Era necesario rescatar la pieza lo más pronto posible. Detener el culto antes de que pudiera encarnar junto al corazón. Tal vez pudiera acrecentarse el cariño por la escultura. Tal vez pudiera lastimarse la sensibilidad de los idólatras católicos si transcurrían otros días dedicados al naciente culto. La noche anterior habían celebrado un velorio. Las oraciones fueron dichas en español. No dejaban de creer que se trataba de una deidad.
     Dos días después de nuestra visita de reconocimiento, la pieza fue recuperada por el arqueólogo Manuel Torres Guzmán, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana. La operación de rescate fue bastante amistosa y las demandas de los limeños fueron escuchadas por una de las principales autoridades del Estado de Veracruz. Todos están satisfechos al entregar la pieza, excepto uno. Rodaron lágrimas del descubridor de la pieza, del niño que partía coyoles. La voz de Julieta fue bálsamo que atenuó la tierna congoja, diciéndole al pequeño que tal vez, con el tiempo, iría al Museo de Xalapa para ver que la escultura estaría rodeada por otros niños ávidos de conocimiento. Palabras de abreviado vaticinio. Al tercer día del rescate, de modo inesperado, llegaron los niños arqueólogos al Museo de Xalapa y encontraron a los niños de la ciudad en torno de la escultura, aplaudiendo en forma espontánea a los descubridores. Sin saberlo, los niños de la ciudad, en un acto de reciprocidad, correspondieron a los aplausos que brindó la gente de Las Limas cuando partió la lancha que transportaba la escultura.
     En Las Limas, dos circunstancias se eslabonaron para recuperar la devoción por una escultura prehispánica que haya sido descubierta por niños y que la aparición haya tenido lugar el día de la Virgen del Carmen. Ambas circunstancias confundieron el sentimiento religioso de los lugareños, moviéndose la improvisación de un culto que fue momentáneo. Ellos consideraron que era un milagro y ahora lo aceptan desde un punto de vista material, porque gracias a ese descubrimiento el poblado fue conocido y todos sus principales problemas escuchados directamente por el Ejecutivo del Estado y otros funcionarios, resolviéndose inmediatamente algunas peticiones. En otras circunstancias, pocos sabrían que Las Limas es una ranchería asentada en una zona arqueológica, a orillas de un caudaloso río, vena del Coatzacoalcos, que cruza por Jesús Carranza, estación ferroviaria situada entre los límites de Veracruz y Oaxaca.
     Objetivamente, la ranchería de Las Limas tuvo su suerte. El papá de los niños expresó en Xalapa su profundo sentimiento religioso. Al preguntarle su impresión sobre las esculturas sembradas en el patio del Museo, las cuales proceden de distintas regiones del Estado, manifestó: “Veo que aquí está la suerte de varios pueblos. En varios pueblos ha nacido la luz que da Dios”. Quizá hablaba de suerte pensando en los beneficios materiales que recibían los poblados donde se realizaban descubrimientos notables o quizá conservaba la idea de que esta escultura de Las Limas fue un santo. Aquí, en Xalapa, ya no la llamaba virgencita, se refería a ella clasificándola como ídolo olmeca. En unos cuantos días había marcado una diferenciación religiosa.
     Algunos periódicos hablan, a veces, festivamente del paganismo risible, de la idolatría anacrónica, del culto equivocado. No sopesan la perplejidad del hombre del campo al enfrentar inesperadamente con algo desconocido. Ignoran los desvelos tenidos por una incertidumbre de responsabilidades. Estas emociones tuvo el propietario transitorio de la escultura de Las Limas. Actualmente, esta obra de arte reposa en un pedestal del Museo, libre del calor humano que le dio la fe religiosa y al margen de cualquier noticia sobre las condiciones íntimas de su descubrimiento y rescate. Por eso esta crónica, esta constancia del fenómeno social que generó, por un instante, la inocencia de Severiano y Rosita, que partían coyoles en un atardecer del 16 de julio de 1965.


     Comentario de Roberto Williams García:

En 1970, el 12 de octubre, el sacerdote fue sustraído del Museo de Antropología de Xalapa, con lo cual se acrecentó su fama. El sacerdote tuvo suerte de que no se murieran quienes lo habían inhumado por segunda vez y esperaron hasta el momento en que consideraron que el asunto estaba muy olvidado para exhumar la escultura y pasarla, a la venta, a los Estados Unidos, donde se rescató y volvió a su Museo. Siempre tuve fe de que lo haría.


Roberto Williams García. Danzas y Andanzas. Primera edición 1997. Instituto Veracruzano de Cultura, Veracruz, Ver.

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