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viernes, 13 de diciembre de 2019

EL EVANGELISTA Teodoro Torres


EL EVANGELISTA

Plaza santo Domingo CDMX

Un evangelista, o escriba, en los portales de la Plaza de Santo Domingo, en la ciudad de México, es alguien que escribe. Cartas, solicitudes, recibos, facturas, etc.  Los evangelistas llevan ese nombre porque, al igual que los evangelistas bíblicos, escriben lo que otro dicta. En 1926, evangelistas y tipógrafos fundaron la Asociación de Mecanógrafos y Tipógrafos de México.


En los años 70,  la figura del evangelista se coló hasta el cine: en 1972, Ignacio López Tarso se convirtió en El profeta Mimí, donde era un evangelista en la mañana y un asesino en serie por las noches. Tres años después, Cantinflas se sentó en una silla frente a una mesa celeste con una máquina de escribir grande, mecánica, negra. Una fila de mujeres le dictaba cartas en El Ministro y yo.


Un tipo de exclusiva procedencia mexicana y que no tiene nada que ver con los memorialistas de otros países, es el Evangelista, o sea el encargado de redactar las cartas y escritos de los que no pueden hacerlo por su propia cuenta. La diferencia que hay entre estos secretarios de nuestro pueblo y los de otros países es la calidad de los trabajos que tienen que desempeñar, pintorescos aquí en extremo porque casi siempre se trata de misivas de amor en las que los Evangelistas tienen que apelar a curiosos recursos de poesía y folklore, adecuados a la idiosincrasia de los solicitantes.

Imagen Internet

Los evangelistas están instalados en la plaza de Santo Domingo y su trabajo fue regularizado por los Ayuntamientos de la época colonial concediéndoseles un número que era el despacho necesario para ejercer sus funciones. He aquí como los describe la misma fuente de donde hemos tomado los datos para hablar de las costumbres mexicanas de hace dos siglos.


     “El tipo que voy a describirte; carísimo lector, era por regla general, un ser que a su extremada pobreza unía su natural inclinación a la independencia individual, como que, en efecto, de nadie dependía y a nada se sujetaba, ni aún a la tiranuela gramática. El Diccionario era para él un mueble inútil, pues sólo procuraba darse a entender, no necesitando de otros elementos para desempeñar bien su oficio sino de los siguientes: en lo espiritual, un caletre algo aguzado, y en lo material una vieja papelera de cubierta inclinada, dos sillas de asiento de tule para él y para su cliente, unos cuantos cuadernos de papel de diversas formas, clases, colores y tamaños, un tintero, dos o tres plumas de ave y una navaja para tajarlas. Como era a la vez fabricante y expendedor de tinta de huisache, tenía a los pies de la papelera un cántaro lleno de aquel líquido y en la boca de ese cántaro un pocillo de loza poblana que le servía de unidad de medida. Con los productos de esta pequeña industria el Evangelista aumentaba un tanto cuanto los que le proporcionaban los honorarios de su oficio, bastante escasos de por sí”.

Imagen Internet
     

     “Generalmente, el Evangelista era un individuo ya entrado en años, y tenía que habérselas con personas de todas clases y condiciones”.


     Esto por lo que se refiere al evangelista del siglo pasado y aún al de los principios del presente. El tipo ha cambiado notablemente amoldándose a las necesidades del progreso pues actualmente tiene máquinas de escribir y sus facultades se han desarrollado hasta el grado de que no se concreta a las cartas de amor y a la correspondencia de los menesterosos sino que se puede enzarzar con el más peliagudo epistolario, desempeñar funciones de copista literario, hacer escritos, presentar informes y desempeñar, en una palabra las más delicadas funciones del secretario más entendido.


      La competencia que abarca ya a todos los sectores de las actividades, le ha quitado la exclusividad al portal de Santo Domingo y a la fecha el Evangelista se instala en los zaguanes, pone máquinas de escribir en los “escritorios públicos”, y ya no es en suma el tipo romántico que venimos describiendo sino uno de tantos seres que luchan por la vida confundidos con la corriente humana, sin características definitivas.


Teodoro Torres. Orígenes de las Costumbres. 

Ediciones. Editora Mexicana S. A. México, D. F. 1935






2 comentarios:

  1. Hombre! Que bonito artículo! Mi tío Carlos Ayala que en paz descanse, trabajó casi toda su vida ahí en los portales de Santo Domingo. Era eso, evangelista, tenía su máquina de escribir, su mesa y sus sillas. Muy cerca de ahí había un café de chinos y mi abuela mi tío y yo tomábamos un rico café con leche y pan dulce. Recuerdo que la mejor época del año para mi tío era el fin de cursos escolares pues le caían varias tesis. Gracias por éste hermoso artículo, seguramente mi tío desde el cielo le agradece también.

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    1. Celebro que te haya gustado el artículo. Gracias por tu comentario. De acuerdo contigo, es una memoria que también le corresponde a él. Abrazo.

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