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miércoles, 1 de agosto de 2018

SOMBRA NEGRA Antonio Fco. Rguez. A.


SOMBRA NEGRA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado


Imagen Internet

Esa fría y neblinosa noche xalapeña de jueves no podía dormir,  cerraba en vano los ojos sin poder conciliar el sueño. Pensé, son las tazas de café que tomé antes de acostarme en la cama. Pero no, algo dentro de mí quería decirme algo, di aún varias vueltas sobre mi suave colchón y al posar mi vista en una foto sobre el buró, me contemplé abrazado de mí querida y única tía, Aurora. Era muy guapa, nunca supe por qué nunca se había casado. La luz de la lámpara parecía reflejarse a través de sus ojos los cuales me miraban alumbrándome la  cara. Tomé la foto, la acerqué a mi rostro y le deposité un beso sobre los cabellos y la frente. Sonreí, acomodé la cabeza sobre la almohada y me quedé dormido.



A la mañana siguiente, acudí a la escuela, y mis pensamientos gravitaban en torno de mi tía. Al regreso a casa apresuré mis pasos intuyendo que algo malo había sucedido. Mi madre me recibió con la infausta noticia de que mi tía se suicidó al no aguantar los dolores del cáncer que padecía desde hace más de 3 o 4 años. Antes de matarse dejó una carta, en una parte de ella se leía que me dejaba su casa, la cual debía de habitarla de inmediato. Queriendo cumplir sus deseos, desde esa misma noche me encaminé a su casa situada cerca de los lagos del fraccionamiento Ánimas. Casi por llegar a ella no sé de dónde salió una enorme  y silenciosa perra la cual me siguió a prudente distancia, y en la misma forma en que había venido, desapareció. Dentro de casa los recuerdos me llegaban como una avalancha, mis ojos se inundaron en llanto, preparé un café y me puse a hojear los libros que ella tan celosamente guardaba. La noche del sábado se presentó nuevamente la misteriosa y enorme perra. El domingo por la noche al regresar distraído y cansado a casa escuché un silbido y casi de inmediato me vi rodeado de tres tipos con rudo aspecto de ladrones, me  atemoricé y al querer huir se oyó un fiero y prolongado ladrido, vimos un par de ojos centellando como dos encendidos tizones y una enorme y negra sombra de un formidable salto atacó con saña a los tres rufianes los cuales espantados y  heridos escaparon esa neblinosa noche como quien ve al mismo diablo.



Al día siguiente, en lo que recogía algunos de mis objetos personales de la recámara de mi casa reparé nuevamente en la foto del buró y pude esta vez apreciar que a espaldas de mi tía se proyectaba una enorme y etérea sombra negra.




Xalapa, Ver. México. 31.07.18



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