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miércoles, 29 de agosto de 2012

LA LAGUNA ENCANTADA Antonio Fco. Rguez. A.



LA LAGUNA ENCANTADA
Antonio Fco. Rodríguez Alvarado



Yanbigapan o Yambikapan. Nombre indígena de la Laguna Encantada, en la cual bajaba el nivel de sus aguas en época de lluvia, y subía el nivel de las mismas en época de sequía. Formada en el pequeño cráter de un volcán extinto. Tiene 1500 m de circunferencia. Se ubica a 3 km al norte de San Andrés Tuxtla, a 300 m.snm. Del pipil yambik , nuevo, fresco + a(t), agua + pan, en, sobre: “Sobre el agua nueva o fresca”. En náhuatl sería Yancuicapan. En relación a que en época de sequía se encontraba en ella agua nueva o fresca. Cerca de la orilla de la poza o laguna existe una cueva, habitada por murciélagos, donde antiguamente adoraban a deidades del agua. Encontramos en su guanoso interior restos de cirios sobre altares de piedra,  siendo hoy uno de los centros de la magia de la región. || Comenta Gómez Mayorga (1961), esta laguna, de unos 600 a 700 m de diámetro, fue alimentada por veneros subterráneos como las demás del mismo género (Tequesquitengo, Zempoala, Valle de Santiago) y con desagüe por grietas más debajo de la superficie, esta particularidad fue la que la hizo llamar “Encantada”. || Comenta Medel y Alvarado (1961) que el 20 de noviembre de 1932 y sin causa aparente, se rompió el vaso en la parte más frágil y formando un túnel de tierra y piedras, vació gran cantidad de su caudal; y como inundó las tierras planas de labrantío de Sihuapan, los habitantes de aquí vieron en peligro sus siembras y se reunieron en la rotura del vaso para ver la manera de remediarlo. Ya listos con picos y palas, discutían la mejor forma de hacerlo el día 21 como a la misma hora de la rotura, cuando de pronto, se desplomó el túnel y por si sólo tapó la salida de agua. Pero el 31 de diciembre de 1939 como a las 6 de la mañana, los habitantes de Sihuapan oyeron un ruido muy extraño y saliendo a inquirir la causa, sólo les dio tiempo a subirse a los árboles y techos de sus casas, al suponer que era el agua de la laguna, que por estar en parte muy alta y cauce sinuoso, avanzó con furia incontenible, arrastrando cuanto encontró a su paso, como árboles, tierra, piedras de todos tamaños, incluso gallinas y marranos de esa ranchería. La inundación duró más de 3 horas y el nivel de la laguna bajó 4 metros que ya no recuperó; y así quedó abierto el desagüe que se ve en forma de cascada formando un nuevo arroyo, conocido como Arroyo Seco, afluente del de Sihuapan, a 2 km hacia abajo, y este último desemboca en el Comoapan.


     Comenta Pasquel, que según la tradición, una princesa tuxteca, deseosa de contribuir a la prosperidad de su tribu, hace cientos de años, se ofreció en sacrificio a los dioses con una condición: que no faltara nunca el agua en la región. Los dioses generosos y magnánimos, aceptaron la transacción. Tomaron la hermosa y regia ofrenda y dispusieron que la laguna de Comoapan resurgiese cada vez que las lluvias faltasen, a modo de sustituirlas, podría decirse, y disminuiría su nivel cuando la temporada de aguas estuviese en su esplendor. A fe que si la leyenda es sólo un mito, el encantamiento es bien cierto. Dentro de las especies acuícolas encontradas están: langostino o pigua (Macrobrachium carcinus), pepesca de Catemaco (Bramocharax caballeroi), etc.



     Tomado de mi libro “Los Tuxtlas nombres geográficos pipil, náhuatl, taíno y popoluca. Analogía con las Cosmologías de las Culturas Mesoamericanas. Incluye Diccionario de localismos y mexicanismos. 2007. Ediciones Culturales Exclusivas, Boca del Río, México.


domingo, 26 de agosto de 2012

CASAS DE PLACER EN EL VIRREINATO Francisco Santiago Cruz


LAS CASAS DE PLACER EN EL VIRREINATO
Francisco Santiago Cruz



     Pequeña y recoleta era la ciudad de México en los siglos del Virreinato, con sus numerosas iglesias y conventos; con las mansiones lujosamente aderezadas de los ricos señores; con las amplias casas de la burguesía y las humildes viviendas de los pobres.
     La actividad de la ciudad dependía del calendario de las fiestas religiosas; numerosas eran las novenas, los octavarios, los triduos en honor de los santos patronos. Aún quedan por allí ejemplares del calendario dispuesto por don Felipe de Zúñiga y Ontiveros, hábil matemático de la corte y agrimensor titulado por su majestad, de tierra, agua, minas de todo el reino, para el año bisiesto del Señor de 1788. Calendario con los signos del zodiaco, con notas cronológicas, con las fases de la luna, con las fiestas movibles y las de fecha precisa.
     Pero, como todo en la ciudad, no podían faltar las fiestas de tipo mundano, las reuniones, los saraos de la corte, las ferias de barrio. Más estas reuniones no tuvieron lugar tan sólo en las casas citadinas, sino también en las casas de campo de las inmediaciones. Fueron notables los huertos y jardines de San Cosme, San Ángel y San Agustín de la Cueva. La arquitectura en sí de estas casas de campo no tuvo nada que admirarse: en ocasiones lucía la fachada el escudo de armas de su dueño, una o dos hornacinas con motivos religiosos, puerta de madera entablerada y grandes ventanas protegidas de gruesas rejas de madera o de fierro. Mas era en su interior en donde había que admirar la riqueza de los árboles, de las plantas, flores y frutos de las especies más variadas y ricas; cerezas, ciruelas, melocotones, albaricoques, higos, uvas, melones, manzanas, peras, zapotes, guayabas y otras frutas propias de los climas tropicales. Entre las casas de campo o de placer como entonces se llamaban, fueron notables las del Marqués del Valle, la una situada en donde estuvo el cementerio inglés y la otra en la antigua Tlaxpana.
     El padre Betancourt, en su Teatro Mexicano, al comentar los alrededores de la ciudad de México, tuvo a bien escribir:
     “Todo lo más de la comarca, en cinco leguas en contorno, está poblada de huertas, jardines y olivares, con casas de campo que los ricos de la ciudad han edificado para su recreo: en San Agustín de las Cuevas, paraíso occidental, donde se compiten con gastos excesivos los dueños de las huertas, a cual más curiosa la tiene, con intervenciones de agua que entretienen; donde la Peña pobre, con lo rico de sus aguas, abastece la huerta del Tesorero de la Casa de Moneda; hace salir de sus casillas para verla aún a los más serios: Cuyuacán, Mixquac y Tacubaya, donde el olivar del Conde de Santiago, aunque con los aceitunos y olivares todo es uno, precede a todos los olivares como solo; las lomas, y quebradas en tiempo de verano son vistosas, con arroyos de agua tan sonoros, y florestas de flores campesinas”.
     Mas si de viejos textos se trata, citemos aquí un curiosísimo texto de una información del año de 1556, en que un vecino declara que: “Muchas personas se iban a las huertas desde la mañana hasta la noche y muchas de ellas sin oír misa y otras personas estaban tres y cuatro días en sus regocijos y pasatiempos, sin tornar a la ciudad, donde se hacían ofensas a Dios nuestro Señor”.
     Hasta aquí estos curiosísimos relatos que con la venia del bondadoso lector hemos citado. Pero no siempre ocurrían en las casas de placer esta clase de regocijos y pasatiempos: servían también como retiro, fuese para entregarse a la lectura o bien para buscar la salud, a la sombra de las frondas de los árboles, en el deleite de los frutos, o bien en el goce de las flores de la tierra de primavera y verdor.

     Los que contribuyeron a los progresos rápidos de la agricultura fueron sobre todo los frailes misioneros. Las huertas de los conventos y de los curatos eran almácigos de donde salían los vegetales útiles, recientemente aclimatados.


Francisco Santiago Cruz. La Conquista Florida. Flores y frutos en la historia de México. Primera edición 1973. Editorial JUS, México, D. F.

jueves, 9 de agosto de 2012

MARÍA, JORGE ISAACS


MARÍA
JORGE ISAACS
Colombiano 1837-1895



Hacienda "El Paraíso", patrimonio cultural del Valle de Cauca, Colombia. Aquí se desarrolló la novela de la realidad de Efraín (Jorge Isaac) y su prima María.

     Esta novela romántica relata la pasión amorosa de María, joven huérfana, acogida por una rica familia de colonos, en cuyo seno vive, compartiendo con Emma y Efraín, hijos de sus protectores, el cariño de estos, junto a los que tiene una vida fácil y patriarcal, cuyos únicos goces los constituye la contemplación del paisaje y las labores femeninas. En este ambiente, el alma poderosa de María reclama para sí el amor de Efraín, ser en quien concurren todas las fascinaciones a que es sensible el alma femenina educada en el regalo. Efraín es rico, es inteligente, es apuesto…, pero Efraín no es valeroso. No afronta decididamente la realidad del amor que le ofrece María porque necesita más recibir que dar. Pocos momentos gozan de soledad los amantes y en ellos parecen recrearse siempre más con el temor de la separación que con el goce de la mutua presencia. Así, también María se angustia anticipadamente con la separación que amenaza el regreso de Efraín a Europa, adonde debe ir a terminar sus estudios. María va preparando su marcha, jalonando, podríamos decir, el camino de su soledad con gestos de despedida. Cambia pruebas de amor, planta un rosal y una mata de azucenas con los que se propone dar al lejano amante constancia de su pasión y de los que íntimamente hace símbolos de los que espera la ayuda necesaria para soportar la soledad. María sabe que está enferma. Sabe que su madre murió muy joven de un terrible mal (epilepsia) y ella siente en sí, en su depresión, el germen del mismo mal, cuyos efectos solo la presencia de Efraín aleja. No es el temor de perderle –ya que están prometidos- lo que angustia a María, sino la conciencia de su propia debilidad. En efecto, María, después de inútiles y angustiadas luchas, sucumbe de su mal, al que no puede sobreponerse.
     Avisado Efraín, regresa para hallarla ya únicamente presente en los objetos que la rodean.
     La descripción de este viaje realizado por Efraín es, sin duda, de lo mejor de la novela. Un mundo maravilloso y real, de palpitante belleza, desfila ante nuestros ojos. Aunque presente siempre, el recuerdo de María palidece como un sueño ante la vívida realidad de este viaje.
     Toda la novela se desarrolla en un clima dulce, tibio, rousseauniano-romántico. La luz es suave, las costumbres sanas y alegres, el paisaje primoroso. Nada hay, excepto el mal de María, desalentador ni de tonos sombríos, y aun este mismo mal está aceptado por ella con una alegre resignación, sin imponer jamás molestias ni proyectar nunca sobre los demás su propia inquietud.
     La América de la época colonial es la verdadera protagonista de la novela. Sus costumbres, su suelo, su lenguaje, su fertilidad, la vida de los americanos y la de sus esclavos negros, dan al libro trozos tan destacados como la bella y evocadora historia de Nay y Sinar, y la tranquila narración, palpitante de vida, de Salomé.
     Merecidamente ha calificado Paul Groussac la novela de Jorge Isaacs de Poema de América.


Luis Nueda y Antonio Espina. MIL LIBROS. Ediciones Aguilar, 1970, Madrid, España.


HAMBRE, KNUT HAMSUN



HAMBRE
KNUT HAMSUN
Noruego 1859-1952. Premio Nobel de Literatura 1920.



En forma autobiográfica hace Hamsun, con impresionante realismo, una minuciosa transcripción de los padecimientos físicos y morales de un joven escritor acosado por el hambre y dominado por la abulia, al cual nos presenta divagando por Cristinía (Oslo) durante unos meses, sin comer más que de cuando en cuando con el producto de un artículo periodístico, y alternando los míseros albergues, que no siempre puede proporcionarse, con las noches pasadas a la intemperie.
    La incongruencia característica de las acciones y reacciones de un semiloco es la nota dominante en la conducta del pobre hambriento. Hallándose sin comer y sin un céntimo, vende el chaleco para dar una moneda a un cojo – que la desprecia y la arroja al suelo-; acosa estúpidamente a dos señoritas, diciéndoles con maniática insistencia, que han perdido un libro; se dirige a Dios con absurdos reproches, en los que alterna la devoción con la blasfemia al sentirse víctima de los rigores del destino; pasa una velada de insomnio en el departamento de indomiciliados de la Dirección de policía – donde se presenta simulando ser un alegre calavera medio borracho – una triste noche en la que no sabía  dónde meterse; trata tozuda e inútilmente, de empeñar los botones de la americana para comprar un panecillo; arroja sobre el mostrador de una taberna el dinero que un tendero compasivo le había dado como vuelta de cinco coronas imaginarias al adquirir una bujía, creyendo que se trataba de una equivocación con la que le parecía indigno lucrarse, sin pensar en devolver aquellas monedas al supuesto equivocado; y, después de otras diversas andanzas, torturado siempre por el hambre, que es su fiel compañera, e impotente para escribir una sola cuartilla sin desvariar, acaba por partir en un buque mercante ruso, a cuyo capitán se ofrece angustiosamente para el trabajo que le quiera encomendar.
     Una aventura erótico-sentimental con una de aquellas señoritas a quienes persiguió asegurándoles que habían perdido un libro, y que tuvo el raro capricho de enamorarse de él, a pesar de su repugnante y desastroso aspecto, pone algunos matices de melancólica ternura en el sombrío cuadro. Y, aparte de esa extravagante enamorada, la única persona que muestra compasión por el desventurado es el director de un periódico, quien, después de rechazarle un artículo, le encuentra en la calle, y adivinando su angustiosa situación, le regala diez coronas.
     Es opinión corriente, fundada, al parecer, en manifestaciones del propio Knut Hamsun, la de que estas páginas reflejan experiencias e impresiones personales de los tiempos de lucha y de miseria que en la azarosa vida del autor dejaron la huella de un recuerdo imborrable. Sea de esto lo que fuere, lo que no tiene duda es que la detallada descripción que hace de los tormentos y alucinaciones producidos por el hambre es algo formidable. Pero no es menos digno de notarse el acierto con que logra reducir su pensamiento a frases tan justas, que en unas cuantas palabras pintan acabadamente una situación o encierran un cúmulo de ideas. Por ejemplo, al narrar el encuentro con una desdichada a quien confiesa que no tiene un céntimo y que, a pesar de eso, atraída por su lenguaje insólito, le brinda sus favores gratuitamente –cosa que él rechaza con dulzura, afirmando que es pastor, y exhortando a la pecadora a volver al camino de la virtud-, inicia la escena con estos trazos, breves y definitivos: “Serían las once aproximadamente. La calle estaba bastante oscura; por todas partes, hombres silenciosos, silenciosas parejas y grupos murmuradores. Comenzaba la hora propicia y cómplice de los instintos, la hora medular y valetudinaria de la aventura fútil y descocada. Mujeres de vida inquieta, corazones palpitantes, alientos sobreexcitados, impaciencias sofocadas. En el extremo de la calle, una voz llamando a Emma; y toda ella, un lodazal inmenso abierto a las perversiones del instinto.”
     Como contraste magnífico con esas miserias, en el relato de las impresiones de una de las veladas pasadas a la intemperie entre los árboles de un bosque se leen estas palabras: “El hálito silencioso de la noche daba un rumor quedo; todo estaba silencioso; todo. Solo arriba, en lo alto, palpitaba el eterno canto, el aliento del mundo que nunca cesa. Yo percibía tan profundamente ese rumor de las cosas eternas que acabó por aterrorizarme. Era, sin duda, la sinfonía de las moles estelares, de la rotación de los astros milenarios que se derrumbaba sobre mí como un himno de estrellas…”
     En suma: la admirable novela acusa una originalidad y unas dotes de escritor realmente notables.

     Luis Nueda y Antonio Espina. MIL LIBROS. Ediciones Aguilar, 1970, Madrid, España.